Conciencia es el ritmo circadiano de la luz y de la sombra, el contraste del crepúsculo y la aurora, el perenne encuentro del cielo y de la tierra.
Conciencia, la que lleva el electrón con su carga, la que se precipita desde el patrón de ordenamiento sutil del arquetipo.
Justo allí donde la conciencia se hace reflexiva, e interactúa consigo misma para auto recrearse y expresarse en su faceta superior de conciencia creativa, se revela el fenómeno humano.
En la humanidad, todas las corrientes se sintetizan, se disuelven, se resuelven en un nivel de conciencia emergente que permite a todo lo creado ser partícipe del proceso de creación. Lo humano más que un destino es un camino evolutivo de regreso, una contracción hacia la síntesis después de que el universo se ha expandido. La conciencia reflexiva es contracción, un viaje al interior, hacia el vacío del que todo cuanto existe ha nacido.
En lo humano la evolución ha dejado de expandirse hacia la periferia y se ordena en la dirección del punto de partida, profundizándose y abarcando, más allá del mundo de las cantidades, nuevos modos y cualidades de relación. La vida se reinventa a sí misma y todas las fuerzas creativas plasmadoras bullen, se reúnen y se complementan, creando a través de la humanización una emergencia creadora impredecible.
Esto nos regresa a la inocencia. Estamos siempre naciendo. Nunca hemos dejado de ser nuevos. En un fluido permanente hay algo que no envejece, aunque el cuerpo decline, algo siempre nuevo y distinto afirmando una identidad que nunca es igual a sí misma.
Devolverse sobre los propios pasos, regresar, interiorizarse y reconocerse para proyectarse originalmente… tantas puertas se abren cuando la evolución alcanza la dimensión de lo humano, que podríamos vislumbrar la propia humanidad como un océano al que tributan los glaciares derretidos de la conciencia mineral que ascienden como savia vegetal al lugar donde el rojo de la sangre enciende el movimiento y el profundo anhelo latente en toda la evolución.
Miles de millones de años condensados en el instante sublime de presencia. Este sentimiento irrepetible de ser parte del sol naciente, esta tenue alegría de la inocencia leve y breve que cuando llega ya se va.
Miles de millones de años para estar ahora, aquí, sintiendo en el agujero negro de esta vida las miríadas de vidas condensadas hablando un lenguaje común.
Alaska, Australia, Eurasia, Afroamérica todas las dimensiones de Pangea con sus tejidos vitales ascendiendo hasta nuestras células para cantar con voz única el canto de todos los átomos, fundidos en la corriente ascendente a las estrellas.
Conciencia y vida, mente, partícula, quasares multiversos, la misma cuerda vibrando tensa, envolviendo la caricia. Resonando en nuestro corazón.
Esta subjetividad que relativiza toda ley. Esta objetividad que demarca el límite de la libertad. Este anhelo de paz, conciencia.
Moviéndose en la dirección del centro, tocando el corazón nuclear de cada cosa.
Jorge Carvajal Posada